Monjas denuncian explotación laboral como sirvientas de los sacerdotes en El Vaticano
Un grupo de monjas decidió romper el silencio que rodea a estos grupos religiosos y denunciaron la explotación a la que están sometidas para cumplir con las tareas domésticas que realizan para la jerarquía masculina de la Iglesia.
“Muchas de ellas sirven en las casas de obispos o cardenales, otras trabajan en las cocinas de las instituciones eclesiásticas o enseñan. Algunas más están al servicio de los hombres de la iglesia, se levantan por la mañana para preparar el desayuno y se van a dormir después de que se sirve la cena, se limpia la casa y se lava y plancha la ropa”, dice el artículo al que tuvo acceso la agencia Associated Press.
Las hermanas hablaron sobre la situación que viven muchas monjas en Roma, quienes son vistas como servidumbre gratuita, una práctica que además se ha vuelto común.
A partir de testimonios anónimos, la revista Women Church World —que es un suplemento del periódico L’Osservatore Romano publicó un texto en el que las monjas describen el trabajo que hacen, al que se le calificó como de sirvientas no remuneradas o mal pagadas.
Sor María, quien participó en las entrevistas, lamentó que es muy raro que los sacerdotes las inviten a sentarse en la mesa en la sirven y la mayoría de ellas trabajan todo el día en las labores domésticas para tener en orden la casa de los sacerdotes.
«¿Cómo puede un clérigo querer que su hermana le sirva la comida y luego la mande sola a comer a la cocina?», se pregunta sor María
Al comparar el trabajo doméstico que realizan las hermanas y las mujeres del mundo laico, es posible ver que las dos son igual de explotadas: un sueldo muy bajo, largas jornadas laborales, explotación e insensibilidad de los patrones.
Y al igual que las empleadas domesticas, muchas de ellas no tienen contratos formales con los obispos, las escuelas, parroquias o congregaciones con las que trabajan, por lo que los sueldos son míseros o a veces no reciben remuneración alguna, revela Sor Paula.
«Las monjas somos vistas como voluntarias que estamos dispuestas a atender cualquier pedido, lo que da lugar a abusos de poder», añadió Sor Cecilia.
Esta situación hace que no sean reconocidas como pares, ni se les permite ejercer otros oficios para los que están capacitadas, enseñanza a los niños, evangelización e impartición del catecismo, asistencia médica, entre otras, y se les ignora sus derechos.
Incluso, las hermanas con más estudios son relegadas a este tipo de labores por sus superiores. Por ejemplo, la hermana que tenía un título en teología y quería seguir estudiando pero su madre superiora se opuso; otra que tenía un doctorado pero fue enviada a cocinar y lavar platos; y el caso de aquella que enseñó durante muchos años y terminó atendiendo la puerta de una parroquia.
Todo esto bajo el argumento de que a las hermanas no les debe ganar el orgullo, pero que en realidad refleja el desdén que todavía existe en todo el mundo por las mujeres, su preparación y su capacidad de hacer otras actividades que no sean las domesticas.
Y por si fuera poco, las monjas son vistas como objetos intercambiables, pues cuando enferman o envejecen, los sacerdotes piden que las cambien y las congregaciones envían de inmediato al reemplazo.
Confusión y malestar
Las monjas católicas que realizan estas tareas pertenecen a distintas órdenes religiosas y normalmente hacen votos al servicio de la religión que a menudo incluyen la pobreza y el celibato.
Sin embargo, muchas de las que están en Roma provienen de Africa, Asia y América Latina, y están pagando la deuda que tienen con la congregación religiosa que las acogió, las educó, alimentó y ahora les da una vocación de servicio.
En algunos de estos casos, se debe a que la institución cuidó de la madre enferma o porque facilitó que un hermano pudiera completar sus estudios superiores en Europa.
Esto las obliga a aguantar estos maltratos, ya que quejarse no una opción y podría ser mal visto a los ojos de sus padres y de sus superioras.
Este es un punto importante, ya que muchas de las monjas con más alta jerarquía también desempeñan —o desempeñaron— en algún momento estas actividades, por lo que es raro que alguien se quejara de esta situación.
“A los ojos de Jesús, todos somos hijos de Dios, pero en su vida concreta algunas monjas no viven esto, y experimentan gran confusión e incomodidad”, dijo Sor María.
Y añade que el arraigo de servicio en silencio que hay en El Vaticano provoca una rebelión muy fuerte en las más jóvenes, quienes se sienten heridas por tener que servir de esta manera.
La editora de la revista, Lucetta Scaraffia, ha sido durante mucho tiempo una oponente de lo que ella ha llamado “misoginia” en la iglesia y en este número especial de marzo decidió conmemorar el Día de la Mujer con una denuncia muy fuerte a lo que viven las mujeres en El Vaticano.
“Hasta ahora, nadie ha tenido el coraje de denunciar estas cosas. Tratamos de dar voz a aquellos que no tienen el coraje de decir estas palabras”, dijo Scaraffia a The Associated Press.
El artículo ha sido visto con buenos ojos por los investigadores religiosos, quienes consideran que el Papa Francisco tendrá que voltear a atender esta tema nuevamente, pues en 2016 ya se había manifestado al respecto y aseguró que las monjas deberían estar trabajando en el servicio a la iglesia, no en la servidumbre.
“Deje que estas … hermanas vayan a las escuelas, a los barrios, a los enfermos, a los pobres. Este es el criterio: un trabajo que implica servicio y no servidumbre “, dijo el Papa en un discurso ese año.
Con información de Newsweek y BBC Mundo