La mayoría de linchamientos suceden en Puebla, el gran estado panista
Tomar la justicia por propia mano se está volviendo un hecho común en distintas partes del país, sobre todo en la CDMX, Veracruz y Puebla, que acapararon el 66 % de los casos de linchamiento a nivel nacional.
De la lista de tres, Puebla ocupa el primer lugar nacional en casos de linchamiento. En 2017 la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), registró 333 linchamientos a nivel nacional, de esta cifra un tercio ocurrieron en Puebla.
Para Fuentes Díaz, autor del libro “Linchamientos: Fragmentación y respuesta en el México neoliberal”, el aumento de linchamientos en México coincide con el crecimiento de la pobreza y la desestructuración de las comunidades rurales que generaron los gobiernos neoliberales.
En el caso particular de Puebla, este fenómeno ha tenido un crecimiento exponencial: en 2014 hubo 18 intentos de linchamiento; en 2017 se elevó a 111 y en los primeros ocho meses de 2018 fueron 146.
Es un hecho, dice el investigador de la BUAP, que el crecimiento de este fenómeno se da a partir del gobierno del panista Rafael Moreno Valle. De hecho, una de las hipótesis de su investigación actual es saber si las reformas aprobadas por él agravaron los altos índices de impunidad en esas comunidades.
La barbarie en vivo
La mañana del 29 de agosto de 2018 don Alberto se subió a su camioneta Explorer y junto con su sobrino Ricardo recorrió los 10 kilómetros que separan a las localidades de Tianguistengo y San Vicente Boquerón, municipio de Acatlán, en la mixteca poblana. Iban a comprar un camión de arena para construir una barda; en el camino decidieron visitar a un familiar para pedirle unos guajolotes y llevarlos a su casa.
El albañil y el estudiante no sabían que dos días antes en las redes sociales comenzaron a circular innumerables mensajes sobre el presunto robo de niños, lo que provocó una paranoia colectiva en la población a la que llegaron.
Ambos estaban ingiriendo bebidas alcohólicas en la vía pública cuando fueron detenidos por uniformados municipales y llevados a la comisaría, donde fueron encerrados. Sin embargo, poco después comenzaron a llegar al lugar decenas de lugareños, quienes acusaron a los detenidos de intentar robarse a dos niños y los sacaron a la calle.
Ahí, a grito de “¡El pueblo, unido, jamás será vencido!”, la muchedumbre congregada en las inmediaciones de la comandancia municipal de Acatlán de Osorio atacó a don Alberto y su sobrino. Mientras eran golpeados por decenas de indignados pobladores, otros, como Francisco Martínez Díaz, comenzaron a grabar la escena con sus celulares.
Los más enardecidos les prendieron fuego. La grabación continuó; incluso registró el momento en que don Alberto, casi casi carbonizado, se incorporó e intentó sentarse. Uno de los lugareños le lanzó gasolina para avivar las llamas. Otros organizaron una cooperación de cinco pesos para pagar el perifoneo e invitar a más pobladores al lugar del linchamiento y para recompensar a quienes se encargaron de golpear y calcinar a los presuntos robachicos.
En Baltimore, Maryland, donde trabaja limpiando casas, la madre de Ricardo, María del Rosario Rodríguez, vio parte del linchamiento de su hijo y de su cuñado Alberto en una de las transmisiones difundidas en vivo a través de Facebook. De inmediato envió mensajes por esa misma vía en los que decía que Ricardo era gente de bien en Tianguistengo. Nadie le puso atención.
Cuando los cuerpos de don Alberto y su sobrino quedaron completamente calcinados, la turba prendió fuego a la camioneta del albañil y luego se fueron a sus casas.
El linchamiento no es delito
Antonio Fuentes Díaz, estudioso de los linchamientos en México, comenta que el del 29 de agosto de 2018 en Acatlán de Osorio –cabecera municipal de Acatlán– es uno de los primeros casos que se transmite en vivo por las redes sociales. Eso habla de “la creciente convicción” en muchas comunidades de “asumir la violencia social” como forma legítima para resolver sus conflictos.
Según el académico de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, es probable que ese linchamiento sea resultado de los actos de barbarie cometidos por las bandas del crimen organizado, los que habrían detonado la insensibilidad ante la violencia.
Peor aún, puntualiza, en el caso de Acatlán de Osorio, cuatro familiares de las víctimas presenciaron el linchamiento: la abuela y el hermano de Ricardo, Petra Elia García y José Guadalupe Flores, respectivamente; así como la esposa de don Alberto, Jazmín Sánchez Toribio, y Martha Flores, hermana del albañil.