A 80 años del gran abrazo que México le dio a España
Corrían los años 30, España se había embarcado en una guerra civil brutal como pocas. La enfermedad, la muerte y la desolación se habían adueñado de la Península Ibérica, los muertos se contaban en los cientos de miles. La débil República Española luchaba contra los sublevados fascistas, que poco a poco se hicieron del control del país europeo. Tras la derrota, los intelectuales, artistas y profesionales de la república, huyeron, y su destino predilecto fue un país que lo recibió con los brazos abiertos, México.
México, el país que los recibió con los brazos abiertos.
Juan Francisco Yuste Pérez arribó a México tras la derrota republicana y el alzamiento de los falangistas en el poder. Había dejado atrás a sus padres y sus dos hermanas y había conseguido casarse con una mexicana de nombre María López. Con ella procreó tres hijos, Julieta, Carmela y Quico. Sin embargo, la mala suerte lo acompañaba, Juan Francisco Yuste fallecería de cáncer de pulmón a los cuarenta y siete años.
Tras su fallecimiento, María respetaría lo que había acordado con sus cuñadas que nunca llegaría a conocer, los padres de Juan nunca se enterarían de la muerte de su hijo. No querían que sus padres sufrieran una vez más, perder a su hijo, esta vez para siempre. Durante los dos o tres años que sus padres siguieron vivos, María escribía cartas a los padres de Juan, como si se tratara de su hijo, imitando su firma, ahogándose en las lágrimas y el dolor. Cuando las cartas en respuesta de los padres de su esposo arribaban, ella las leía en voz alta, las cartas para un hijo que vivía feliz y tranquilo en México.
Historias cómo la de Juan y María, abundan entre los refugiados de la Guerra Civil Española. El exilio republicano en México se caracteriza por el dolor de la guerra que despedazó a su país y les arrebató el futuro, mientras la esperanza inundaba sus ojos al arribar al país que los recibió con los brazos abiertos, al arribar a México.
Y es que, durante los años 30, el gobierno Cardenista apoyó incondicionalmente al Gobierno de la Segunda República Española. El gobierno mexicano envió armas, provisiones e incluso soldados a la guerra. Uno de ellos fue nada más y nada menos que el pintor David Alfaro Siqueiros, quien lucharía en las llamadas Brigadas Internacionales. Tras la derrota de los republicanos, México no se conformó con apoyar y decidió abrir sus fronteras a más de 20 mil españoles que huyeron de su país ante la llegada del régimen fascista de Francisco Franco.
Comparando el número de refugiados con la población de México durante esos años, que rondaba los 20 millones de habitantes, apenas y representa un 0.1%. La diferencia reside en quiénes eran aquellos que se refugiaron en México. La mayoría de ellos era intelectuales, profesionales y artistas que en el pasado habían puesto en alto el nombre de España a principios del siglo XX, pero que una guerra fratricida terminaría por expulsar de su propio país.
Ya en México, tuvieron que abstenerse de entrometerse en la política, de lo contrario, estarían violando el Artículo 33 Constitucional, que no permite que los extranjeros realicen proselitismo político, de lo contrario, enfrentarían la expulsión. Durante su vida en México, los refugiados fueron fundadores de grandes instituciones como la Casa de España, hoy el Colegio de México, el Instituto Luis Vives o el Colegio Madrid. Otros, se incorporaron a instituciones mexicanas como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)
La periodista Yaiza Santos de la revista Jot Down narra cómo en un recital de poesía con motivo del 70 aniversario de la llegada del Sinaia, el que fuera el primer barco que arribó al puerto de Veracruz con refugiados españoles, se vio rodeada de lo que ella describe como «historia hecha presente». Frente a ella estaba Carmen Tagüeña Parga, hija del teniente coronel más joven de la Guerra Civil, Manuel Tagüeña; detrás de Santos, estaba María Luis Gally, nieta de Lluís Companys y a su derecha, el poeta Eduardo Vázquez Martín, nieto del periodista Fernando Vázquez Ocaña, quien en su momento fue portavoz del Gobierno de Juan Negrín, presidente del Consejo de Ministros de España entre 1937 y 1939.
Los barcos de la libertad.
A bordo del Sinaia, el primer buque de varios que arribarían a México a finales de los años 30, iban a bordo 1 mil 599 refugiados españoles. Buques cómo el Sinaia, el Ipanema, Mexique, Nyassa, Landra, y el Serpa Pinto II, eran conocidos como «barcos de la libertad» por los republicanos. Los barcos fungían como salvadores de los refugiados gracias a la labor titánica de diplomáticos mexicanos como Narciso Bassols, Gilberto Bosque o Fernando Gamboa. A bordo del Sinaia venía Claudio Esteva Fabregat.
Esteva Fabregat nació en noviembre de 1918. La Guerra Civil truncó el sueño de Claudio de convertirse en futbolista contó a Yaiza en 2009, en entrevista para Letras Libres. Cuándo por fin creía que sus aspiraciones se convertirían en realidad, únicamente pudo estar dos días en las ligas profesionales del Barcelona. Sin filiación política y perteneciente a la Unión General de Trabajadores, Claudio combatió en las Juventudes Socialistas en uno de los frentes más sangrientos, el de Aragón.
Al cruzar los Pirineos no encontraría la libertad, sino un campo de concentración francés llamado Saint-Cyrpiend que conformaban una red de campos entre los que estaban Gurs, Argelès-sur-Mer, Septfonds, Vernet d’Ariège y Rivesaltes. Tras la firma del Pacto de Munich, sabía que Francia los había abandonado a su suerte y que estaría luchando un año más tarde contra el régimen Nazi de Hitler.
» Yo creo que los franceses estaban también divididos en izquierdas y derechas. Su izquierda iba a ser también derrotada y, cuando llegamos, la mayor parte de la gente nos repelía. Francia e Inglaterra nos abandonaron. No fue traición, propiamente: pensaban que, si ganábamos nosotros, ganaba el comunismo.»
Tras abandonar Francia y dirigirse a México, tuvo que ganarse la vida como el resto de los refugiados españoles. El gobierno mexicano había abierto sus puertas, pero nada más, el traslado y manutención serían responsabilidad de los refugiados. A cargo de cuidar a los refugiados, se habían conformado dos organizaciones: el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles o SERE a cargo de Juan Negrín, expresidente de España y la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles, fundada por el Partido Socialista de España. Otras organizaciones que colaboraron en apoyar a los refugiados fueron el Orfeó Català, el Centro Vasco y la Casa de Andalucía. Las organizaciones de apoyo ayudaron a miles de refugiados a encontrar trabajo. La mayoría de los españoles se establecieron en el Edificio Ermita, la Calle López, el Café La Habana, Bucareli y el Mercado de San Juan en la Ciudad de México.
Esteva Fabregat terminaría en la universidad y se convertiría en antropólogo, colaborando con Enrich Fromm en los años 50 de quien aprendió a abandonar la ortodoxa, pues culpaban a esta de ser la culpable de las innumerables muertes del siglo XX, a la ideología. Asegura que México lo marcó más que lo que pasó en la Guerra Civil Española.
«Llegue a México con veinte años, y a esa edad no hay nadie que esté completo. Yo no creo que un hombre se haga en una guerra, sino antes o después.»
Entre dos guerras.
Manuel Tagüeña tuvo que vivir no una, sino dos guerras, la Civil Española y la Segunda Guerra Mundial. Brillante fisicomatemático y miembro del Partido Comunista de España, decidió convertirse en oficial del ejército. Debido a su filiación izquierdista, se le negó convertirse en alférez, pero logró convertirse en brigada. En su época fue el teniente coronel más joven de la guerra con apenas 24 años al mando de 30 mil hombres del XV Cuerpo de la República, siendo él quién libraría la batalla del Ebro.
En su libro Testimonio de dos guerras, que escribió antes de morir en 1970 y que fueron publicadas en 1972, cuenta con detalle lo que vivió en 1936. En su libro acumula los hechos de su vida de forma sobria y precisa. En él narra los trágicos sucesos de la guerra y las innumerables pérdidas humanas que comprendió, critica lo sucedido, critica lo que pasó con un aire de lamento y tristeza.
«A nosotros, los de extrema izquierda, no nos sorprendía esto, la suerte estaba echada y había que jugarse la vida. Más trágico resultó para muchos republicanos moderados que siempre habían actuado dentro de la ley y nunca abusaron de su poder. Asesinatos como el del gobernador civil de La Coruña Pérez Carballo y de su esposa fueron crímenes incalificables. El que hubiera también asesinatos de nuestro lado solo añade más motivos de vergüenza para todos, porque nadie que colaborase en una u otra forma en el estallido de esa lucha fratricida está capacitado para tirar la primera piedra.»
Tagüeña describe con lujo de detalle la batalla del Ebro, desde que esta inició el 25 de julio de 1938 a las 9.15 horas, hasta cuándo los republicanos se retiraron cuatro meses más tarde. Fue él quién personalmente organizó la retirada al verse derrotados. El joven teniente, prefirió replegarse a perder más vidas, de lo contrario, sólo habría contribuido a seguir alimentando la carnicería que se vivió durante esos momentos.
Su mujer Carmen Praga, también escribió sus memorias, en un libro denominado Antes que sea tarde el cual fue publicado en 2007. Un libro lleno de color y emociones, contrastante con lo que su marido alguna vez escribiera.
Después de cruzar los Pirineos en su afán de llegar a Francia, se encontraron con un mar de personas que intentaban llegar al país vecino. Tanto Tagüeña como su mujer, Carmen Praga, lograron librarse de los campos de concentración franceses gracias a que contaban con un permiso de residencia. Este era otorgado a los oficiales españoles de alta graduación. Los franceses, sin embargo, los recibieron con desdén y fastidio, no los querían ahí.
«Llegaron más oficiales franceses que nos miraban con curiosidad y hacían preguntas como de profesional a aficionado. Creo que más tarde recordarían muchas veces que, entre otras cosas les dije que nuestro ejército había sido vencido, pero que a ellos les iba a llegar pronto el turno y sentirían no habernos ayudado.»
Ser refugiado republicano no es más que otra forma de ser mexicano.
España no recordaría años más tarde a los exiliados de la cruenta guerra que le arrebató miles de vidas, miles de sueños y terminó en una república rota. Ricardo Cayuela dijo alguna vez, que ser exiliado republicano no es más que otra forma de ser mexicano. La España que pidió el poeta Pedro Garfias, esa «España que perdimos, no nos pierdas«, los perdió y hoy, aún existe «el hueco vivo de nuestra ausencia armaga».
El artículo completo puede ser consultado en la publicación de Yaiza Santos para la Revista Jot Down titulada «La guerra que ganó México: historias del exilio republicano.»