Programa piloto en penal de Santa Marta pone a 36 reos a trabajar la tierra | BREAKING

Programa piloto en penal de Santa Marta pone a 36 reos a trabajar la tierra

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Dentro del Centro de Readaptación Social Varonil (Ceresova) de Santa Marta, en la Ciudad de México, opera desde hace dos años un interesante proyecto productivo y terapéutico: el Bio Reinserta, que tiene como objetivo entrenar a los internos en trabajos agrícolas, y a través de ellos, reintegrarlos a la sociedad como hombres transformados.

En uno de los patios del penal: un terreno de aproximadamente 450 metros cuadrados, cuya tierra es en realidad infértil, los internos, en coordinación con el ingeniero agrónomo Jacob González, de la Unidad de Educación Agropecuaria de la Secretaría de Educación Pública (SEP) han logrado sembrar y cosechar lechugas, brócolis, coles, coliflores, zanahorias, rábanos y cebollas; también betabel, espinacas y acelgas.

Según lo que explica Jacob González, para la investigación de Animal Político, la tierra de la zona, a menos de 10 centímetros, tiene tepetate, lo que la vuelve infértil, pero los reos, a través de la composta o los abonos verdes como el trigo han transformado la tierra y logrado que se vuelva productiva. “Cualquier tierra puede volverse fértil cuando se le incorpora material orgánico; los muchachos han trabajo bien en ese sentido y ya han podido cosechar”, dice.

En este penal viven aproximadamente 1,366 primodelincuentes, es decir, individuos que fueron encarcelados por su primer crimen, o que tienen una sola reincidencia; carecen, pues, de una carrera delictiva importante, y por eso tienen más expectativas de ser reinsertos en la sociedad de forma exitosa y rápida. Todos tienen entre 18 y 30 años de edad.

Aunque el proyecto, que además del campo sembrado incluye también un invernadero, y la cría de patos, conejos, carpas y tortugas, inició como un curso para los internos ‘Cultivemos para comer’, que los entrenaba en las vías para cosechar verduras; el interés de otros reos en participar engrosó el curso y lo convirtió hace año y medio en lo que es ahora.

“Los internos aquí adquieren capacitación y conocimiento, además, está considerada como una actividad laboral; cumplen una jornada completa de nueve a seis de la tarde con su hora reglamentaria de comida”, refiere el subsecretario del Sistema Penitenciario de la Ciudad de México, Antonio Hazael Ruiz; y explica que el pasado 14 de febrero, los internos que participan en el programa recibieron de un juez una constancia, lo que les otorga beneficios en su búsqueda por una liberación anticipada. Tienen que tener buena conducta, comprometerse a ser puntuales y asistir todos los días.

“Esto ya es un oficio para nosotros, el tiempo que aquí tenemos lo aprovechamos lo más que podemos, yo no sabía nada de esto y lo he aprendido aquí el tiempo que llevo recluido. Yo lo veo como un impulso, como una prueba más de que puedo salir adelante. Me llevo una buena experiencia dentro de la mala experiencia”, confiesa Felipe Ávila, un interno de 29 años que trabaja en el área de hortalizas.

En los dos años que lleva operando la pequeña granja, han pasado por ella unos 200 hombres; no es la primera vez que se intenta un esfuerzo como este: otros oasis existen en otros penales como el Varonil Oriente y el Centro Varonil de Rehabilitación Psicosocial (Cevarepsi), especializado para reos con padecimientos psiquiátricos; aunque, explica Hazael Ruíz: “son de menores dimensiones, no tienen carpas, son más bien de huertos y cultivos; aunque hay algunos muy bonitos, como el invernadero en Cevarepsi, creo que este lugar es el mejor y el más grande: es el que está más avanzado y por el que más personas han pasado”.

La granja, dice el subsecretario, no tiene presupuesto oficial, sino que se sostiene de donaciones; una de las más importantes: la de Rebeca Peralta, presidenta de la Comisión Especial de Reclusorios de la Asamblea Legislativa. Otros particulares involucrados en los trabajos del penal, llamados “socios industriales”, contribuyen con donaciones en especie: cemento, malla ciclónica, semillas.

El ambiente de este trabajo, así como la convivencia de los animales que viven en la granja, les ha otorgado a los internos la oportunidad de pasar su tiempo en reclusión de una forma más productiva y feliz. La convivencia con los animales ha generado un ambiente lúdico: a uno de sus patos lo apodan el “pato-perro” porque gusta morder los dedos de los internos; una tortuga desaparecida y después vuelta a encontrar, la llaman la secuestrada; cuidan de los conejos y los demás animales.

“Es una convivencia muy buena, es muy tranquilo. En el tiempo que tengo aquí es de lo que más me gusta hacer, y mientras sigua aquí, voy a estar apoyando a mis compañeros en la granja”, finaliza el interno Ricardo Castañeda.